Un error muy común entre los neófitos en el tema es pensar que todos los vinos mejoran con el paso del tiempo. Esta afirmación sólo es válida para un determinado tipo de vino y no hay que olvidar que guardar un vino más años de los indicados es una labor más propia de coleccionistas que de consumidores, porque existe un riesgo considerable de que este vino acabe perdiendo todas sus cualidades y echándose a perder. Así, para un consumo ideal, tendremos en cuenta siempre si se trata de:
Vinos Jóvenes:
Al ser vinos frescos y afrutados, han de consumirse preferentemente en el mismo año de su cosecha para aprovechar todo su potencial aromático. Por ello, es imprescindible que figure el año de elaboración en su etiqueta.
Vinos tradicionales:
Los vinos de elaboración tradicional guardan un punto de distancia y equilibrio entre los vinos jóvenes y los de crianza y tienen una vida natural mucho más larga que los jóvenes. No es obligatorio que figure el año de la campaña en que han sido elaborados. Se recomienda consumirlos en un periodo que no supere los tres o cuatro años.
Crianza:
Vinos con dos años de envejecimiento natural, uno en barrica y otro en botella.
Reserva:
Vinos con una crianza mínima en barrica de roble de 12 meses y de 24 meses en botella.
Gran Reserva:
Vinos con una crianza mínima de 24 meses en roble y 36 meses de envejecimiento en botella.
Espumosos:
Elaborados según el método tradicional, se dividen en: brut, extra brut, seco, extra seco, semiseco y dulce.